Que ganar tiempo no termine en perder futuro.

Por Miguel Ángel Gutierrez, Analista internacional. Graduado en Ciencias Políticas. Postgrados en Economía y Defensa. Doctor en Historia. Dirige el Centro Latinoamericano de Globalización y Prospectiva, nodo del Millennium Project.

No basta la asistencia gubernamental, la producción no puede recuperarse si no cambia radicalmente.

La extendida negociación de la deuda, necesaria para afrontar la situación económica-social, nos posibilita ganar tiempo, pero ¿cuál es el riesgo? Un dilema: cambiar o perder el futuro.

Einstein indicaba que la velocidad de un observador no es absoluta, sino que está relacionada con un sistema de referencias, lo que aplica para la recuperación económico-social.

El covid19 evidenció las falencias en infraestructura de salud y sanitaria en todo el mundo, para lo cual las respuestas gubernamentales fueron aisladas y muy diferenciadas.

Frente a la pandemia nuevas tecnologías cubrieron parcialmente muchas funciones sociales: trabajo, educación, comercio, salud, en una transformación que adelantó décadas.

La epidemia ha sido un acelerador de tendencias. No sabemos cómo cambiará la vida, pero sí que de éstas no hay retorno.

Donde la relatividad cobra importancia es en lo que se haga para reconstruir la economía, porque la recuperación en cada país será muy disímil, aunque no necesariamente correlativa a su nivel de desarrollo previo a la crisis.

Importará más que la medición de sus bienes, la visión y capacidad de anticipación de sus líderes.

Podemos pensar como Zenón de Elea en la paradoja de Aquiles y la tortuga, que quiso demostrar que el movimiento no existe, pero lo cierto es que el mundo, como diría Galileo: “Eppur si muove”.

A más de las trágicas consecuencias del virus sobre la vida y las actividades de la humanidad, también se verifica una aceleración del futuro. Reconstruir la economía requiere reconocer los condicionamientos y oportunidades globales que deben afrontar las fuerzas productivas de cada país, en un mundo que se mueve a muy variada velocidad.

La dinámica productiva en Argentina difiere mucho de la de los Estados Unidos, China, el sudeste asiático y aún de Europa, donde las empresas constantemente son desplazadas o integradas a otras con mayor capacidad productiva, nuevas tecnologías, productos o servicios.

Acá languidecen apenas sostenida en la amenaza del desempleo, reclamando el apoyo gubernamental, que si llega, es insuficiente. Porque el problema no sólo es crédito, sino también tecnología, modelos de negocios y de gestión y sobre todo liderazgo empresarial.

El gobierno chino dirige y orienta el desarrollo industrial y en los Estados Unidos lo hacen las empresas con sus lobbies; pero acá los gobierno nacional , provinciales y municipales carecen de capacidad empresarial.

Sobran los ejemplos. La actual crisis desnudó la falta de coordinación central, de planificación integral y de prioridades, lo que atenta contra la efectividad de cualquier acción tomada.

Será entonces responsabilidad prioritaria de los lideres empresarios y sociales cubrir ese rol de orientación y transformación de la producción nacional y del gobierno acompañarlo.

La crisis sanitaria con el covid19 planteó el uso de los protocolos de triage y priorización para la asignación de recursos vitales, en algún caso prescindiendo de la bioética. Como el criterio etario de exclusión, negando el acceso a unidades de terapia intensiva a mayores de 65 o 70 años, lo que supone maximizar las vidas a salvar porque los ancianos tienen menos probabilidad de supervivencia, o estimar que la expectativa de vida del joven le asigna prioridad sobre los más cercanos a cumplir su ciclo vital.

También con la economía, dada la escasez de recursos, las prioridades que se adopten pueden tener consecuencias irreversibles; no se trata solamente de atender las necesidades elementales como el hambre o la pobreza. Hay una dimensión oculta en ésta, pero la carencia es la falta de futuro y ello sí afecta primero a los niños y los jóvenes.

Si solo se trata de conservar empleos, que por la propia evolución de los modelos de producción y de negocios están condenados a desaparecer, la inversión en generar puestos de trabajo requiere tener en consideración a que velocidad se mueven las economías del resto del mundo, caso contrario quedamos anclados al pasado, que no ha sido muy feliz.

El dilema para los diversos sistemas de producción nacional (¿lo seguirá siendo?) es avanzar rápidamente hacia su conversión digital y acceder a los mercados globales donde una nueva competitividad se asentará en la inteligencia artificial, la robótica, la big data, la impresión 3 y 4D y otras tecnologías disruptivas, porque el mundo no será el mismo tras la pandemia.

Tan importante como la disponibilidad de créditos, tecnologías y nuevos modelos de negocios es la necesidad crítica de digitalizar la producción.

En este plano la velocidad y la imaginación adquieren mucho valor para eludir el triage que nos obligue a elegir qué sector apoyamos y cuales quedan librados a su suerte.

Fuente: Los Andes.

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